Cuando entré en el Vaticano de Roma y contemplé la cúpula que se alzaba a tanta altura, cubriendo aquel espacio tan inmenso, me sentí pequeño.
Cuando caminé por las selvas de Darién y miré la espesa cubierta vegetal que se encontraba sobre las copas de los árboles, a más de 100 metros sobre el suelo, me sentí insignificante.
Pero cuando observé, una noche de invierno, una Aurora Boreal que desplegaba sus colores en la oscuridad de la noche, bajo una bóveda a más de 100 kilómetros de altura, supe que la escala humana no representa absolutamente nada en el Universo, y me quedé sin palabras.